miércoles, 1 de julio de 2009

Una más sobre el jaloneo entre votar y botar... Pero y después ¿qué?

Este artículo venía en el mismo mail que el pasado, pero no sé dónde salió o si se publicó, sólo sé que María del Carmen Vicencio Acevedo, la autora, es docente en la Escuela Normal del Estado de Querétaro. También me gustó mucho y ya que tengo la oportunidad de compartirlo lo haré.
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UNA MÁS SOBRE EL JALONEO DE VOTAR Y BOTAR... PERO Y DESPUÉS ¿QUÉ?
María del Carmen Vicencio Acevedo (metamorfosis-mepa@hotmail.com)

A todo el bombardeo publicitario electoral que estamos viviendo, se suma la amplia discusión sobre si votamos o anulamos. Ahora sí que tenemos “opciones”: La abstención, el voto en blanco, el voto nulo, el voto de castigo, el útil, el tin marín, el duro, el desperdiciado, el resignado, el corporativo, el voto negocio (de los que recibirán $200.00 por la foto de su boleta, marcada “como debe ser”), el voto fresa (de los que eligen al que creen que va aganar), el del muertito (que aparece de más, sin saber por qué, pues uno de los votantes registrados, falleció ayer), el consciente y razonado (distribuido entre algunos de los anteriores).
Los que promueven el voto de castigo o el útil (votar por el partido que creen que “es el único” que podría derrocar al que ahora está en el poder y que ya nos tiene hartos por su altanería, desvergüenza, despilfarro, autoritarismo, ineptitud, falta de sensibilidad para reconocer los verdaderos problemas de la sociedad, etc.), parecen no tener memoria histórica. Ya vivimos el resultado de ese experimento, cuando una buena parte del pueblo decidió “elegir” al PAN, para anular al PRI. Hacer ahora lo mismo, a la inversa, se parece al caso de esa adolescente secuestrada, violada y golpeada por su cobarde raptor; que cuando logró escapar, con ayuda de otro desgraciado, se encontró con que su “salvador” le salió mucho peor, pues además la tiene sin comer. Así que ahora ella suspira, nostálgica, pensando que estaba mejor antes, cuando el otro le dio una vez un poco de su pizza. ¿Qué de veras, regresar al priismo es la única opción que ahora tenemos?
Dejar el voto en blanco o anularlo es una “opción” que se ha vuelto muy popular. Todas las razones que se anotan arriba para botar a los partidos dominantes, se atribuyen también a todos los demás. “No hay ninguno rescatable”. Por eso se considera un ejercicio de “derecho a la libre expresión”, de “conciencia cívica”, de “poder ciudadano” (como una forma de presión) o incluso de “gesto revolucionario”, manifestar a los políticos, por todos los medios posibles, que no los queremos, así como se portan, con la esperanza de que cobren conciencia y cambien radicalmente su forma de actuar. Al respecto, muchos apelan a la novela de Saramago “Ensayo sobre la lucidez”, presentándola como ejemplo de lo que los ciudadanos pueden lograr. Cuenta la historia que en un proceso electoral de una ciudad imaginaria, los votos válidos no alcanzaron ni el 25%, frente al casi 80% de votos en blanco. El gobierno, lejos de entender el mensaje, reaccionó agresivamente, considerando esa conducta popular “antipatriota” y como “complot, orquestado internacionalmente”, por lo que declaró un estado de sitio. Como, después de un tiempo, no lo pudo sostener, terminó por retirarse con todo el ejército y su cuerpo policiaco a otro lado. Al presentar esta novela en Lisboa, Saramago dijo que la democracia ha sido minada por el poder económico y que los partidos son meros cómplices de un sistema que favorece más a los intereses del mercado que a los del pueblo. "El poder real está en otro lado. Fundamentalmente, en el poder económico que, como todos sabemos, no es democrático".

Situándonos en un plano más real, la postura anulista, o es conservadora o resulta bastante ingenua. La historia muestra que el porcentaje de boletas en blanco o anuladas en otros procesos no alcanza ni el 3%. Suponiendo que éste fuera mucho mayor, ¿lograremos conmover a gente del PANAL, tipo la Gordillo; del PAN, tipo El Jefe Diego o Germán Martínez; del PRI, tipo Mario Marín, Ulises Ruiz o Eduardo Bours?; del PRD, tipo Jesús Ortega; o del PVEM, tipo “Niño Verde”, etc? Seguramente NO. El IFE, por su parte, ya declaró que este tipo de votos no afectan el proceso, pues, en nuestro modelo de mayoría simple, un solo voto basta para definir al triunfador. Eso de que “no afectan el proceso” no es tan real. Ya se ha mostrado que el voto nulo ayuda a los partidos fuertes y perjudica a los pequeños. Algunos promotores anulistas dicen que esto es bueno, pues así “disminuiríamos el poder de la corrupta Gordillo y su PANAL” (como quien le quita un pelo a un gato) y “no estaríamos manteniendo a gente oportunista, que convierte la lucha política en negocio familiar”. Sin embargo ese voto también daña las esperanzas de todos aquellos que ya se cansaron de ver cómo avanza la historia sin ellos; que han decidido participar activamente para mover la realidad en otra dirección, y cuya única opción legal es aliarse con un partido pequeño, sensible a su enfoque y a sus demandas, e intentar conseguir algún escaño, para actuar como cuña incómoda frente al poder (como lo hace Izquierda Ciudadana/PT). Los anulistas insisten en que los ingenuos son quienes creen en ellos, pues si ahora son “buena gente” no hay garantía de que apoyen al pueblo, una vez que accedan a sus cargos, pues el poder siempre corrompe. ¿Qué nos queda? ¿Sólo hundirnos en nuestro individualismo depresivo o evasivo?
Habría que preguntar a quienes optan por la anulación (y no sólo a ellos, A TODOS LOS CIUDADANOS QUE ASPIRAN A UN MEJOR PAÍS), ¿que sucederá después del 5 de julio? No bastan las buenas intenciones. Requerimos resultados. Los anarquistas tienen una larga tradición de repudio a la actual democracia y de promoción abstencionista. En 1994 y en 2001, el EZLN en esta lógica, representó una importante coyuntura de esperanza, impulsando otra forma de organización más horizontal. Sin embargo, en el 2006, su acción fue decisiva en la perpetración de la derecha en el poder; 15 años después no ha logrado aún articular un sólido movimiento ciudadano que avance hacia la transformación radical esperada. Lo que sí debiera quedarnos claro es que ya no podemos permitir que la democracia se reduzca al sistema de partidos y al momento electoral. Muchos movimientos en el país y en Querétaro pugnan por una mayor participación y por no permitir que el capital siga tan libre y tan impune. Para lograrlo necesitamos aliados en el Congreso y también en los otros poderes. Si deseamos manifestar nuestro repudio a la actual obscenidad política, añadamos a la boleta una nota, que explique nuestra negativa a seguir manteniendo esta farsa. Mientras tanto, sigamos trabajando en la construcción de una eficaz estrategia alternativa, que nos permita llevar al poder a los nuestros, a los que escuchan atentamente las necesidades del pueblo, porque son pueblo, a los que están decididos a hacer transformaciones profundas y son creativos y competentes para lograrlo. Y cuando, más allá de las elecciones, logremos articularnos como colectivos pensantes y activos, la anulación, si aún fuera necesaria, será tan poderosa que conseguirá eliminar a los pocos gandayas que aún sigan aferrados al poder. Antes de esto, sólo nos debilitará frente al autoritarismo dominante.

Democracia participativa y voto ciudadano

Éste es un artículo del periódico La Jornada que me han mandado por mail, en el documento viene con fecha del domingo 21 de Junio de 2009 (no sé a ciencia cierta si se haya publicado ese día) y me encantó, es por eso que decidí compartirlo. Espero que les guste.
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DEMOCRACIA PARTICIPATIVA Y VOTO CIUDADANO
Arnaldo Córdova

Rousseau escribió que los ingleses se sentían libres porque iban a votar cada dos años, pero que, luego de hacerlo, volvían a ser tan esclavos como antes. Para el pensador ginebrino, el solo hecho de votar no garantiza el buen gobierno de la sociedad; para ello, además, es necesaria la presencia constante del pueblo en los actos de gobierno y, desde luego, que sus ciudadanos vigilen esos actos y, en cuanto se dan, puedan corregirlos si salen mal e, incluso, revocar el mandato de sus elegidos si persisten en sus errores.
Para Kant, en cambio, esa presencia permanente del pueblo en la política es innecesaria y hasta nociva, por el simple hecho de que el pueblo no deja gobernar y, luego de cada elección, sus integrantes deben irse a sus casas. En la historia del pensamiento político, ambos puntos de vista definían la oposición entre una democracia directa y una democracia representativa.
Eso no quiere decir, de ninguna manera, que el voto sea inútil. El voto es el acto que permite y diseña el funcionamiento de las instituciones del Estado y lo hace a través de las opciones entre las que elige. Sólo que de esa manera, en una democracia meramente representativa, no hay vigilancia posible del gobierno ni posibilidad alguna de que sea corregido y, menos, de que quienes fueron elegidos reciban una sanción por sus errores o puedan ser despedidos.
La presencia constante de los ciudadanos en las tareas de gobierno, ya vigilando que se haga bien ya sugiriendo o imponiendo correcciones o ya, incluso, revocando el mandato otorgado a través del voto, marca la diferencia entre una democracia participativa y una democracia representativa. También habla de la eficacia o menos de los gobiernos, de su dedicación a procurar el bienestar del pueblo y de la nación, como lo estipula el artículo 39 de nuestra Carta Magna, de su fidelidad a lo que dictan las leyes y, claro está, de que en su acción no haya lugar a la impunidad, a la arbitrariedad y al autoritarismo.
Mantener reunido al pueblo de los ciudadanos, como lo deseaba Rousseau, en las multitudinarias sociedades modernas resulta imposible; pero existen modos de dar forma a esa permanente vigilancia ciudadana de los actos de gobierno. El plebiscito (se pide al pueblo que decida entre distintas opciones) y el referéndum (se le pide que respalde o rechace decisiones ya tomadas) y que tienen como complementos necesarios el poder ciudadano de revocar el mandato de sus representantes y someterlos a responsabilidades por sus actos y el derecho de petición y de iniciativa de propuestas de la ciudadanía son esas formas que, como se ha visto en los últimos 100 años, por lo menos, se vienen abriendo camino en todos los regímenes políticos democráticos.
Votar es un derecho fundamental del ciudadano y, en realidad, es lo que lo define como tal, como ciudadano. Renunciar al voto o invalidarlo de cualquier forma es la anulación de ese derecho y de la misma esencia de la ciudadanía. Pero reducirlo al solo hecho de sufragar es dejarlo totalmente inoperante e ineficaz. No se trata de retroceder, anulándolo, sino de progresar, dándole la fuerza necesaria para que haga que el gobierno sea lo que él decide que debe ser.
Una auténtica reforma del Estado, que es lo mismo que una real reforma política en todos los órdenes, debe empezar por dotar al ciudadano de los poderes que, con su voto, se trasladan automáticamente a los que han sido elegidos, sin garantía de que cumplan con su cometido ni, desde luego, puedan ser obligados a ello. Para realizar esa aspiración ciudadana hay sólo un camino que es sencillo sólo en apariencia: que los partidos se pongan de acuerdo y lo decidan.
Todos sabemos, empero, que los primeros interesados en mantener las cosas como están y que los ciudadanos sigan votando sin que les puedan fincar responsabilidades por su desempeño como fuerzas de gobierno son, justo, los partidos políticos. Estos han sido los que han bombardeado todos los esfuerzos que se han dado para una reforma del Estado; ellos son los que siguen pensando que lo mejor es que, una vez que los ciudadanos voten por sus candidatos, se esfumen sin entorpecer su labor de gobierno. Sólo exigen que se crea en sus promesas, sin que sean vigilados ni sindicados.
Los ciudadanos que están efectivamente decepcionados de su derecho a votar (no quienes interesadamente están llamando a abolir ese derecho cívico fundador) tienen toda la razón en no creer ya en los partidos; pero renunciar a sus derechos no es el mejor modo de hacer que se respeten. Hay innumerables acciones para hacer que se comprometan a realizar una reforma política que imponga como un mandato constitucional la instauración de aquellas formas de democracia participativa sin las cuales el control ciudadano sobre los actos de gobierno es absolutamente imposible y que son el plebiscito, el referéndum, la revocación del mandato y el poder de iniciativa popular.
Los ciudadanos pueden reunirse por su cuenta para ese fin y elaborar peticiones para sus partidos, si son miembros de alguno de ellos o, también, para los propios representantes que han sido elegidos y conformar un movimiento cívico que busque esa reforma política esencial sin la cual las cosas seguirán siendo como hasta ahora y la democracia perecerá por inanición. No se puede renunciar al derecho a cambiar las cosas, actuando como suicidas y anulando de cualquier forma el voto, única arma que el ciudadano tiene para decidir en política.
Además, aun cuando son los más reacios al cambio y son por esencia conservadores, los partidos políticos deben saber que no están solos ni deciden impunemente todo lo que les viene en gana. Hay mucha efervescencia política en el país y una muestra de ello, por cierto, es esta campañita anti voto que, lejos de resolver algo, está envenenando el ambiente con la desconfianza y la impotencia política que ha convertido en ideales de acción.
El más poderoso movimiento cívico que ha resultado de la entraña misma de la vida política de México, el movimiento lopezobradorista, está llamando a votar y a hacer que se respete el voto. Representa el anuncio de lo que llamamos democracia participativa. Los que no lo acepten pueden hacer lo mismo: luchar porque la ley se cumpla y no haya ya impunidad en el gobierno, conformando grandes movimientos ciudadanos que den voz a quienes desean un buen gobierno para México.